El mundo está cambiando constantemente, y con él el ambiente y reglas de las corporaciones; en los tiempos que corren, la gestión empresarial ha proseguido su enfoque hacia el talento humano, hacia las personas que poseen los conocimientos o las habilidades, y también ambas a la vez, necesarias para el éxito de los procesos corporativos.
En una interesante conferencia dictada hace poco sobre El Poder de las Ideas, Alan Robinson, profesor de la Escuela de Negocios Isenberg en la Universidad de Massachusetts, Estados Unidos, exhortó a las empresas a introducir cambios e implementar mecanismos que permitan a los empleados aportar hasta un 80% de las nuevas ideas necesarias para impulsar la innovación, las cuales se sumarían al restante 20% aportado por la gerencia, que es la que hasta ahora ha asumido la totalidad de la conducción empresarial.
En tal orden de ideas, es significativo acotar que desde los albores de la Revolución Industrial, y más intensamente desde la Segunda Guerra Mundial, las mujeres han venido ocupando cada vez más espacios en el mundo laboral, llegando a posiciones gerenciales, antes reservadas exclusivamente a los hombres; en efecto, en la actualidad las mujeres representan más de la tercera parte de la fuerza laboral mundial y producen más del 70% de los alimentos de África, por citar un ejemplo relevante, lo cual implica un gigantesco potencial de ideas para la innovación.
Reclamo y exhortación
Sin embargo, a pesar de estos avances, en la mayor parte de los escenarios esto no se ha traducido en una mayor amplitud de espacios para ellas, ni en una mejor calidad de esos espacios. Esta situación es insostenible, si se desea lograr un progreso auténtico en el campo laboral y social; en tal sentido, es absolutamente necesario percatarse de tal realidad y realizar esfuerzos encaminados a, en primer lugar, reconocer la igualdad entre los géneros, sin dejar de respetar las diferencias y, en segundo lugar, asegurar que las mujeres tengan una presencia efectiva en todos los niveles del quehacer público y profesional.
Independientemente de cuál sea el trabajo que desempeñe, toda mujer debe sentirse libre de desarrollar su personalidad, sin verse jamás en la disyuntiva de elegir entre seguir una carrera profesional o ser madre y fundar una familia; por el contrario, su posición en el trabajo, en la sociedad, en la vida pública y en la familia debe ser doblemente valorada y favorecida, justamente por su rol de madre.
Para dar cumplimiento a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODES) acordados por Naciones Unidas en 2015, en especial el número cinco, el cual propugna la igualdad de género, es imprescindible establecer un clima social y cultural que evite que las mujeres se vean obligadas a comportarse como hombres para tener acceso a las fuentes de trabajo, para recibir una remuneración justa, para escalar posiciones o aún para conservar su empleo; de igual modo, las empresas e instituciones deberán crear las condiciones apropiadas para evitar que las mujeres sientan la necesidad de esconder su condición de madres o de restarle importancia frente a su vida profesional o laboral.
Crear estas condiciones es posible si se implementa una cultura organizacional que estimule la corresponsabilidad, la cooperación y la complementariedad entre el personal de ambos sexos; esta cultura de corresponsabilidad proporciona un sentido de compromiso que se traduce en ventajas tanto para el empleador como para el empleado, favoreciendo la productividad. Al existir esta corresponsabilidad entre hombres y mujeres, ambos géneros pueden compartir espacios y tareas, tanto en el trabajo como en el hogar, sin sacrificar su libertad de elección ni su forma de hacer las cosas y, por supuesto, con igualdad de oportunidades en cuanto al acceso a dichas oportunidades de trabajo, de ascenso, de permanencia y con equidad en la remuneración.
Leyda Briceño de Febres